Desde
los primeros días de nuestra agrupación, surgió la necesidad de encontrar un
camino para la difusión de las actividades, probamos muchos caminos, acertamos
poco, nos equivocamos bastante y un poco aprendimos.
La
palabra difundir está presente como misión en las actas constitutivas de clubes
y asociaciones, y desde luego en nuestros deseos ya que consideramos muy
edificantes las experiencias que derivan de la práctica del montañismo.
Entendimos
que en algún sentido el alpinismo, pasada la etapa de la exploración geográfica,
se ha convertido en una actividad sin utilidad aparente, en la que un grupo de
personas arriesga su vida y se somete voluntariamente a muchas privaciones en
medio de extenuantes esfuerzos físicos, para conseguir solo un poco de
satisfacción, unas fotos y un amplio abanico de sensaciones personales entre las
que destacan; una elevada cuota de prestigio personal y sentimiento de gloria
deportiva.
Tal
vez, buscando una justificación para darle un sentido más noble que el simple
placer de vencer la dificultad, la incertidumbre y correr riesgos
voluntariamente, los hombres allegados a las actividades de montaña, fueron creando
un mensaje más compatible con los códigos mercantiles y pragmáticos, compartidos
por el conjunto de la sociedad, que acepta casi como un mandato que todo cuanto
hace el hombre debe generar utilidades lucrativas.
La
experiencia nos indica que la vocación de difundir puede ser llevada a la práctica
con distintos sentidos:
Desde
el individuo; dándole a conocer la actividad en si, como experiencia motriz y
técnico-deportiva, enseñando su arte, técnica, espíritu, estrategia o
Con
la perspectiva del medio, acercando las personas al ambiente de montaña,
promoviendo y facilitando visitas a lugares montañosos y/o salvajes.
Inclinarse
por uno no implica el abandono completo del otro pero son casi incompatibles en
gran medida.
En
un tiempo se fortaleció la idea de acercar las personas al ambiente montañoso,
contribuyendo al desarrollo de infraestructura en ciertos lugares, concurriendo
masivamente a esquiar, caminar o escalar, lo que encontró una noble justificación económica,
y fue, sobre todo, cuando ski y montañismo eran más o menos la misma cosa.
Estas ideas están presentes en nuestros días, aun cuando existe, como producto
de la evolución, una multiplicación y segmentación muy clara de las
actividades, estilos, especialidades e incumbencias.
Este
planteo de difusión del ambiente llevó a algunos clubes a convertirse en pseudo
agencias de turismo, organizadores de salidas masivas, realizando gran parte de
su actividad en grandes grupos con poca o ninguna proyección cualitativa. Apoyando timidamente o evitando la realización de acciones comprometidas por parte de sus socios. Esta
tendencia tal vez justificada en el aporte de los clubes al conjunto de la
sociedad, cumpliendo antiguas promesas de desarrollo turístico y seguridad, confirman
una definición de objetivos y foco que en la actualidad, estamos seguros, están
mucho mejor implementadas por guías de montaña y agencias especializadas.
Siempre
que las organizaciones de montaña tengan una finalidad deportiva queda la
difusión del deporte en sí, las habilidades, la preparación física y táctica y
el apoyo económico e institucional para los practicantes como objetivo y foco
de la acción.
Estas
tareas propias de cualquier entidad deportiva tienen que ser balanceadas en los
aspectos cualitativos y cuantitativos, ambos importantes e insoslayables.
Debe proporcionar recursos humanos y crear las condiciones materiales para el
entrenamiento y capacitación de quienes se acercan a la institución, sustentar
las actividades con honestidad en cuanto a los riesgos y peligros de estas
especialidades, proporcionando formación y apoyo. No se puede evolucionar en
este deporte siguiendo permanente a otros, un verdadero alpinista es quien va
adelante, quien en plena libertad se arriesga responsablemente, toma decisiones
que comprometen el cumplimento de su objetivo y suponen severas mermas en los
niveles de seguridad habituales a la existencia urbana. Los clubes volcados al
desarrollo deportivo necesitan crear un marco para la formación de nuevos
alpinistas, y de nuevos instructores, basados en los conceptos de la proyección
deportiva y el amateurismo, tarea que es trabajosa, y en la que es necesario
poner el mayor empeño a fin de crear las escuelas de escalada y montañismo que
son el ámbito donde mejor se aprende el deporte.
Volcar
la mayor parte de la energía y trabajo en los aspectos netamente deportivos de
la actividad, servirá de norte para las acciones y esfuerzos institucionales,
si imaginamos el producto deportivo final, tal vez escaladores deportivos,
expedicionarios de altura o cualquier otra especialidad, podamos desarrollar un
proyecto acorde a esos propósitos con sentido cualitativo, que de ninguna
manera será la organización de salidas guiadas.
Los
clubes necesitan reconquistar su lugar en el universo de las actividades de
montaña dando impulso y motorizando el deporte permitirá dará un poco de
claridad a los límites y alcance de las acciones de los clubes, cediendo a
quienes se han preparado para ejercer las actividades turísticas de montaña,
los guías y baqueanos las llamadas “salidas”. Concentrando los esfuerzos tras
objetivos deportivos claros, se disputará desde una mejor posición las
pretensiones de dominar y controlar, además de las actividades turísticas, el
deporte de montaña de algunas organizaciones de guiado, cosa que no es
consistente, posible ni lógica.
Son
los dirigentes y referentes de los clubes quienes debemos elegir las
especialidades y estilos ha incorporar e informar con honestidad el nivel de
exigencia, exposición y riesgo de cada una de las especialidades comprendidas
en lo que generalmente se denomina deporte de montaña. Teniendo claro que
algunas, las más comprometidas y expuestas, las de alto contenido cualitativo son
a la sazón las de mayor riesgo, hecho del que deriva, en parte, el prestigio de
los deportistas de montaña.
Toni Rodriguez.
Neuquén 12 de septiembre de 2012