Desde distintos ángulos se acusa
insistentemente a los intereses comerciales por erosionar al alpinismo clásico,
aunque dichos intereses en realidad encuentran un camino expedito en la falta
de consistencia de muchos referentes de la actividad que incurren sistemáticamente
en contradicciones que crean confusión y derivan incluso en decisiones institucionales
recostadas sobre las imposiciones de esos intereses, poderosos pues cuentan con
medios económicos y quizás culturalmente más aceptables, dejando de lado tradiciones
y valores importantes.
Es evidente esta presión en la
temática de encuentros y reuniones que se concentran en la seguridad física de
las personas, imprudencias, conservación del paisaje y/o el ejercicio de la
profesión del guía de montaña, dejando poco o nulo espacio a las pocas cosas
que hacen al aficionado deportivo y amateur como la libertad de elegir los
medios y el estilo con el que quiere ascender una montaña, el libre acceso a
espacios cada vez más vedados y regulados, el respaldo institucional y/o los
medios y procesos para su proyección deportiva.
Es este escenario, quizá, el
contexto evidente de la sepultura de una actividad que durante muchos años fue
sinónimo de osadía, intrepidez, autonomía y valor, que permitió la exploración
de lugares inhóspitos y remotos y contribuyó el conocimiento de nuevas e
inimaginadas capacidades humanas, que trajo grandes logros y cobró también un
alto costo en vidas y sufrimiento, como tantas cosas que hacen grandes a las
personas y a las sociedades.
Con abundancia de medios y
disponibilidad significativa de empleados, urbanizando las montañas para
hacerlas más accesibles, las empresas y comunidades de guías están imponiendo un
estilo de turismo confortable y seguro en escenarios fabulosos, antes accesibles
solo a personas con atributos extraordinarios, trabajan arduamente para hacer
seguro algo cuyo encanto es ser peligroso, de hacer confortable lo que era
sacrificio y esfuerzo, de poner mucha gente allí donde reinaba la soledad y el
asilamiento, de hacer previsible lo que era incierto, de matar lo imposible con
medios materiales y humanos sin ningún otro limite que la rentabilidad. La actividad
comercial que ha puesto precio a todo cuanto el hombre hace o siente, es sin
dudas legítima aunque uno puede o no estar de acuerdo, pero lo que enciende un
alerta es la intensión sistemática, de estas compañías de turismo outdoor, sus
seguidores y promotores, de apoderarse del espacio, impulsando regulaciones y
reglamentaciones, en fin, creando una nueva cultura montañera domesticada y
funcional a la voluntad del mercado, arrebatando los emblemas que dieron prestigio
a los pioneros para vendérselos a sus clientes y desplazando a quienes intentan
una relación basada en otros paradigmas, en una escala de valores que es ajena
a la veneración del resultado por sobre los medios.
Aun con un escenario tan desfavorable,
en rincones remotos, fuera del stablishment, persiste un pensamiento marginal animado
por sueños de grandes momentos, que es lo poco que se puede obtener del
alpinismo, arriesgar sin tener en cuenta el resultado es disfrutar del camino,
subir montañas nada más que por esos motivos, intentar solo aquello que nos atrevamos a hacer por nuestras propias fuerzas, con los medios justos, los mínimos, puede parecer un despropósito, y para
una cultura global, mercantilista y pragmática los es absolutamente.
El domingo 5 de agosto celebramos
el día del montañés, el 27 de septiembre el día del turismo. Cada uno de
nosotros en su intimidad sabe cuál es el suyo, felicidades si creés que el tuyo
es el 5.
Toni Rodríguez
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