Extensos, duros y exigentes recorridos, mínima
asistencia y acción bajo cualquier condición ambiental. A diferencia de
una competencia, una expedición se caracteriza por incluir incertidumbre, aislamiento, autosuficiencia y cooperación, condiciones que potencian el desafío y apoyan la superación personal.
Al no haber rivales a los cuales ganarle, ausencia de medios
sofisticados de soporte y evacuación y no existir más reglamento que las
leyes de la naturaleza y la ética de los participantes, las tensiones se
enfocan en el recorrido y la superación de obstáculos y nos obliga a
maximizar la atención, exigiendo una gestión conservadora de la
seguridad debiendo resguardar un fondo energético para posibles
emergencias. Este estado de alerta empuja naturalmente el trabajo en
equipo comprometido y responsable, disminuyendo las fricciones del
grupo, lo que permite compartir los recorridos de forma diferente, nos
brinda la oportunidad de conocer un poco mejor a las personas y usar el
poderoso instrumento de la comunicación. También el paisaje es
descubierto sin los filtros del apuro y la ansiedad.
Las
recompensas: aprendizaje, conocimiento de uno mismo y del medio. No es
que nos disgusten las competencias, reconocemos su valor, aunque el
estilo expedicionario nos parece más propio de una organización cuyo eje
es la escalada, el montañismo y la aventura.
Trabajar en equipo,
saber esperar y ser tolerante con los demás son parte de la experiencia,
el dolor físico, sed, agotamiento, hambre y otras sensaciones aportan
para hacerla imborrable. No será un paseo, en cada actividad contamos
con el aporte de los participantes para convertir una simple jornada en
un día memorable.
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